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martes, 9 de junio de 2009

DOLINA, Alejandro: La decadencia de la amistad (fragm.)

Muchos pensadores han creído notar que, en estos tiempos, la amistad es más un tema de conversación que una actividad concreta.
Por cierto, es relativamente fácil encontrar personas dispuestas a componer canciones sobre los amigos. En cambio es bastante difícil conseguir que esas mismas personas le presten a uno dinero. Según parece, el sentimiento amistoso se halla en decadencia. Todos los días uno tropieza con canallas que lejos de preocuparse por la escasez de amigos, se jactan de ella.
—Yo, amigos, lo que se dice amigos, tengo muy pocos, o ninguno —nos gritan en la cara. Y no advierten que el sujeto está esperando que lo feliciten por semejante hazaña.
En los años dorados de Flores, cuando alcanzaban su apogeo la comprensión, la poesía y el juego del codillo, también existían enemigos de la amistad que preocupaban a los Hombres Sensibles. Manuel Mandeb, el metafísico de la calle Artigas, coleccionó algunas de sus obtusas opiniones en un opúsculo titulado maliciosamente Los amigos. Como ya es costumbre, transcribimos algunos párrafos:
"...La amistad debe nacer en la juventud o en la infancia. Nuestros amigos son aquellos que aprenden junto a nosotros o, mejor todavía, los que viven aventuras a nuestro lado. Y por lo general, la gente aprende y vive aventuras en la juventud. Después casi todo el mundo consigue algún empleo en casas de comercio y ya resulta imposible adquirir conocimientos nuevos o pelearse con una patota.
"...A los once o doce años, uno empieza a hartarse de la familia y encuentra que los muchachos de la esquina son mucho más divertidos que el tío Jorge. Durante más o menos una década nadie estará más cerca de nuestro corazón que esos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse de amigos, debe hacerlo en ese período. Después será demasiado tarde..."
Según se aprecia, el criterio de Manuel Mandeb es interesante y tal vez verdadero. Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que esta rodeado de extraños: compañeros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos y cuñados. Los amigos de verdad están lejos, probablemente encerrados en círculos parecidos.
Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas. Los matrimonios maduros se visitan mutuamente y desarrollan pálidas parodias de la amistad verdadera: se cuentan una y otra vez episodios antiguos, vividos con los amigos viejos, que ya no están. Cuando uno es joven no cuenta historias a sus amigos: las vive con ellos...
Vale la pena —eso sí— recordar lo que dijo Manuel Mandeb a una amiga suya:
—Vea. Yo puedo ser su amigo si usted quiere. No trataré de seducirla ni me pondré romántico ni le haré propuestas indecorosas. Pero sepa que yo necesito que exista un amor potencial. Me resulta indispensable que exista una posibilidad en un millón de que algo surja entre nosotros. Le aclaro que es probable que si se da esa circunstancia yo salga corriendo. Pero es únicamente en virtud de esa remotísima chance que yo estoy aquí oyendo su conversación como un imbécil.
[...]
Manuel Mandeb pasaba largas horas en la esquina de Artigas y Morón fumando con Jorge Allen, el poeta. Muchas veces ni se hablaban. Se contentaban con saber que el otro estaba allí.
[...]
En Flores, y en todos los barrios, se contaban leyendas sobre las traiciones de los amigos y sobre las ventajas de la soledad.
Todavía en nuestro tiempo hay personas que se complacen en declarar que los perros son más leales y sinceros que los humanos. Cabe sobre esto una pequeña reflexión. Tal vez sea cierto que los perros no traicionan. Pero esto no es en realidad una virtud del animal. Ocurre simplemente, que la módica organización mental del perro le impide realizar procesos tan complicados como una estafa. Es decir: los perros no pueden traicionarnos, por la misma razón que no se les permite escribir novelas.
[...]
...Cada uno de nosotros deberá cuidar lo poco que tenga. Sin componer canciones ni escribir poemas. Se trata únicamente de sentarse un rato en la vereda o de matear en silencio con los que están más cerca de nuestro espíritu.
Si uno no tiene ya a los de antes, cabe decir que tal vez existen en el mundo amigos viejos a los que todavía no conocemos.
Yo mismo, las otras noches resolví salir de mi encierro y lleno de ilusiones me encaminé a cierta esquina que conozco. Tenía ganas de fumar en silencio junto a tres o cuatro sujetos que se estacionan en ese lugar.
Pensaba además cosechar algún guiño amistoso después de estos años en que estuve tan ocupado.
Pero algo raro debe haber sucedido, porque no había nadie.
.

Alejandro Dolina
Argentina, 1949
(de "Crónicas del Ángel Gris")

2 comentarios:

Maga h dijo...

Dolina!!! A quien suelo discutirle algunas cuestiones, pero siempre con su genialidad oportuna, con la contundencia de sus conceptos.
En este texto me cautivó de principio a fin!!

Muchas gracias
Abrazos
Magah

Silvana Muzzopappa dijo...

Algo que me gusta de Dolina es cómo consigue contrastar la formalidad con la informalidad de lenguaje. En este caso, todo el correcto y políticamente correcto palabrerío con la amiga para terminar diciéndole "como un imbécil". Es algo que suele lograr muy bien.

Saludos,
Shirubana.