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jueves, 15 de diciembre de 2011

KAVAFIS: UN VIEJO


En el fondo de un bullicioso café
inclinado sobre la mesa, está sentado un viejo:
con un periódico delante, sin compañía.

Y en el abandono de su triste vejez
medita cuán poco gozó de los años
en que aún tenía vigor, verbo y belleza.

Sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo ve.
Y sin embargo el tiempo en que fue joven le parece
ayer. ¡Qué poco tiempo hace, qué poco tiempo!

Ve cómo de él se burló la Prudencia;
y cómo en ella confió siempre -¡qué locura!-
que falaz decía: "Mañana. Tienes mucho tiempo".

Recuerda impulsos que contuvo y tanto
gozó como sacrificó. Cada ocasión perdida
se burla ahora de su sensatez sin seso.

...Pero de tanto pensar y recordar
el viejo cae aturdido. Y se duerme
apoyado en la mesa del café.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

DOLINA, ALEJANDRO: GUALICHO




Gualicho o walichu es el nombre que los indios pampas daban al genio del mal, al diablo, al hermano rebelde del creador Chachao. Pero también se llama gualicho a una hierba o filtro que suele usarse para enamorar por arte de hechicería.

Hoy ya casi nadie cree en estas cosas. Pero en mi pueblo sí creíamos.

Hace muchos años, llegó a Buenos Aires un joven farmacéutico llamado Bejerman. Su verdadero nombre era Tortorello, pero el hombre había comprado la antigua farmacia ``Bejerman`` y es sabido que los farmacéuticos llevan el nombre de su farmacia. Tortorello venia de ser Katz en la ciudad de Azul y supe que el verdadero Bejerman es ahora Tepliskyen en el pueblo de Pilar.

Pues bien, Bejerman vendía un yuyo que, agregado al mate producía el enamoramiento súbito del que se lo tomaba hacia el cebador.

En el pueblo empezó a comentarse la eficacia casi obscena de aquel producto que Bejerman vendía con fingida reserva.

Todas las tardes, los jóvenes se reunían a tomar mate en galpones apartados. Las ruedas se iban achicando vuelta tras vuelta, ya que los repentinos ardores iban excluyendo del concurso a los sucesivos cebadores y a sus objetos de deseo que, a su turno, marchaban al galope hacia los yuyales de la vecindad.

Al parecer, el efecto del gualicho duraba apenas unas horas. Esto lo hacia más atractivo porque permitía disfrutar de los deleites urgentes sin tener que soportar los trámites penosos de la ulterioridad.

Con el tiempo, las personas de mayor edad y aun algunos grupos de matrimonios se aficionaron al uso del yuyo de Bejerman, hasta que llegó un momento en que todo el pueblo andaba engualichado.

Las idas y vueltas del mate caprichoso solían dibujar fugaces laberintos de amores cruzados.

En ocasiones, alguien recibía mates sucesivos de distintos cebadores.

Otras veces, el cebador que engualichaba a alguien era engualichado a su vez por otra persona.

También había mates tomados por error, manotazos usurpadores y hasta chupadas por turno de un mismo cimarrón.

Yo, en aquel tiempo, no sabia a quien amaba. Le había dado mate a todas las chicas del pueblo. Pero a decir verdad, todos habían mateado con todos.

Un día cambiaron al comisario. Nombraron a un tal Barrientos que, ni bien se enteró de estos asuntos, prohibió redondamente el gualicho.

El pueblo se resistió. Las mateadas se hicieron clandestinas. Pero con Barrientos no se jugaba. En cualquier momento aparecía en medio de la rueda con cuatro o cinco vigilantes, secuestraba las pavas, las yerberas y los mates y si se hallaban rastros de gualicho, los metía a todos en el calabozo.

Por fin el intendente negoció un acuerdo. El gualicho quedaría prohibido, salvo un día por año dedicado a la celebración de La Fiesta del Mate. Durante toda esa jornada se podía engualichar libremente.

Así en mi pueblo, todos los 11 de agosto nos enamorábamos una o varias veces. La gente tomaba mate en las calles. Cualquier desconocido podía ser convidado.

Unos años más tarde, para simplificar las cosas, se instaló un gigantesco mate en la plaza, con miles de pavas e innumerables bombillas, de suerte que todos cebaban y todos tomaban. Es decir, todos se enamoraban de todos.

Las orgías de La Fiesta del Mate aún se recuerdan. Y, por cierto, hay en el pueblo centenares de muchachos que no saben de qué mate son hijos.

Una noche, no hace tanto tiempo, visité a Bejerman en su casa.

A falta de mate, tomamos un licor que nos sirvió su mujer. A la tercera copita, el farmacéutico cayó en estado confidencial.

—Si me promete no decírselo a nadie, voy a contarle algo: el gualicho no existe. Lo que traje a este pueblo es un yuyo cualquiera, creo que contra el resfrío. Pero la gente creyó que enamoraba. Y enamorarse es creer que uno se enamora. Todos pensaban que algo los empujaba. Y era cierto. Pero ese algo, si me permite el lugar común o acaso la grosería, lo llevaban dentro. Además hay algo que lamentar entre tanta polvareda. En todos estos años nadie se enamoró de verdad. Todos creían ser victimas del gualicho y los amores eternos duraban dos horas. El único que se salvó de esa desgracia fui yo. Yo sabía que no había yuyo que valiera y entonces viví amores puros, sin trampas ni gualichos. Y por eso estoy al lado de esta mujer, por una decisión soberana de mi corazón. Nadie me hechizó. Nadie me cebó un mate embrujado...

En ese momento, la mujer, que volvía de la cocina, le dijo mientras le ponía la mano en le hombro:

—Eso es lo que vos te creés.

ALEJANDRO DOLINA

(Argentina, 1944)

De “El bar del infierno”

viernes, 25 de noviembre de 2011

VALENZUELA, LUISA: TANGO



Me dijeron:

En este salón te tenés que sentar cerca del mostrador, a la izquierda, no lejos de la caja registradora; tomate un vinito, no pidás algo más fuerte porque no se estila en las mujeres, no tomés cerveza porque la cerveza da ganas de hacer pis y el pis no es cosa de damas, se sabe del muchacho de este barrio que abandonó a su novia al verla salir del baño: yo creí que ella era puro espíritu, un hada, parece que alegó el muchacho. La novia quedó para vestir santos, frase que en este barrio todavía tiene connotaciones de soledad y soltería, algo muy mal visto. En la mujer, se entiende. Me dijeron.

Yo ando sola y el resto de la semana no me importa pero los sábados me gusta estar acompañada y que me aprieten fuerte. Por eso bailo el tango.

Aprendí con gran dedicación y esfuerzo, con zapatos de taco alto y pollera ajustada, de tajo. Ahora hasta ando con los clásicos elásticos en la cartera, el equivalente a llevar siempre conmigo la raqueta si fuera tenista, pero menos molesto. Llevo los elásticos en la cartera y a veces en la cola de un banco o frente a la ventanilla cuando me hacen esperar por algún trámite los acaricio, al descuido, sin pensarlo, y quizá, no sé, me consuelo con la idea de que en ese mismo momento podría estar bailando el tango en vez de esperar que un empleaducho desconsiderado se digne atenderme.

Sé que en algún lugar de la ciudad, cualquiera sea la hora, habrá un salón donde se esté bailando en la penumbra. Allí no puede saberse si es de noche o de día, a nadie le importa si es de noche o de día, y los elásticos sirven para sostener alrededor del empeine los zapatos de calle, estirados como están de tanto trajinar en busca de trabajo.

El sábado por la noche una busca cualquier cosa menos trabajo. Y sentada a una mesa cerca del mostrador, como me recomendaron, espero. En este salón el sitio clave es el mostrador, me insistieron, así pueden ficharte los hombres que pasan hacia el baño. Ellos sí pueden permitirse el lujo. Empujan la puerta vaivén con toda la carga a cuestas, una ráfaga amoniacal nos golpea, y vuelven a salir aligerados dispuestos a retomar la danza.

Ahora sé cuándo me toca a mí bailar con uno de ellos. Y con cuál. Detecto ese muy leve movimiento de cabeza que me indica que soy la elegida, reconozco la invitación y cuando quiero aceptarla sonrío muy quietamente. Es decir que acepto y no me muevo; él vendrá hacia mí, me tenderá la mano, nos pararemos enfrentados al borde de la pista y dejaremos que se tense el hilo, que el bandoneón crezca hasta que ya estemos a punto de estallar y entonces, en algún insospechado acorde, él me pondrá el brazo alrededor de la cintura y zarparemos.

Con las velas infladas bogamos a pleno viento si es milonga, al tango lo escoramos. Y los pies no se nos enredan porque él es sabio en señalarme las maniobras tecleteando mi espalda. Hay algún corte nuevo, figuras que desconozco e improviso y a veces hasta salgo airosa. Dejo volar un pie, me escoro a estribor, no separo las piernas más de lo estrictamente necesario, él pone los pies con elegancia y yo lo sigo. A veces me detengo, cuando con el dedo medio él me hace una leve presión en la columna. Pongo la mujer en punto muerto, me decía el maestro y una debía quedar congelada en medio del paso para que él pudiera hacer sus firuletes.

Lo aprendí de veras, lo mamé a fondo como quien dice. Todo un ponerse, por parte de los hombres, que alude a otra cosa. Eso es el tango. Y es tan bello que se acaba aceptando.

Me llamo Sandra pero en estos lugares me gusta que me digan Sonia, como para perdurar más allá de la vigilia. Pocos son sin embargo los que acá preguntan o dan nombres, pocos hablan. Algunos eso sí se sonríen para sus adentros, escuchando esa música interior a la que están bailando y que no siempre está hecha de nostalgia. Nosotras también reímos, sonreímos. Yo río cuando me sacan a bailar seguido (y permanecemos callados y a veces sonrientes en medio de la pista esperando la próxima entrega), río porque esta música de tango rezuma del piso y se nos cuela por la planta de los pies y nos vibra y nos arrastra.

Lo amo. Al tango. Y por ende a quien, transmitiéndome con los dedos las claves del movimiento, me baila.

No me importa caminar las treintipico de cuadras de vuelta hasta mi casa. Algunos sábados hasta me gasto en la milonga la plata del colectivo y no me importa. Algunos sábados un sonido de trompetas digamos celestiales traspasa los bandoneones y yo me elevo. Vuelo. Algunos sábados estoy en mis zapatos sin necesidad de elásticos, por puro derecho propio. Vale la pena. El resto de la semana transcurre banalmente y escucho los idiotas piropos callejeros, esas frases directas tan mezquinas si se las compara con la lateralidad del tango.

Entonces yo, en el aquí y ahora, casi pegada al mostrador para dominar la escena, me fijo un poco detenidamente en algún galán maduro y le sonrío. Son los que mejor bailan. A ver cuál se decide. El cabeceo me llega de aquel que está a la izquierda, un poco escondido detrás de la columna. Un tan delicado cabeceo que es como si estuviera apenas, levemente, poniéndole la oreja al propio hombro, escuchándolo. Me gusta. El hombre me gusta. Le sonrío con franqueza y solo entonces él se pone de pie y se acerca. No se puede pedir un exceso de arrojo. Ninguno aquí presente arriesgaría el rechazo cara a cara, ninguno está dispuesto a volver a su asiento despechado, bajo la mirada burlona de los otros. Éste sabe que me tiene y se me va arrimando, al tranco, y ya no me gusta tanto de cerca, con sus años y con esa displicencia.

La ética imperante no me permite hacerme la desentendida. Me pongo de pie, él me conduce a un ángulo de la pista un poco retirado y ahí ¡me habla! Y no como aquél, tiempo atrás, que solo habló para disculparse de no volver a dirigirme la palabra, porque yo acá vengo a bailar y no a dar charla, me dijo, y fue la última vez que abrió la boca. No. Este me hace un comentario general, es conmovedor. Me dice vio doña, cómo está la crisis, y yo digo que sí, que vi, la pucha que vi aunque no lo digo con estas palabras, me hago la fina, la Sonia: Sí señor, qué espanto, digo, pero él no me deja elaborar la idea porque ya me está agarrando fuerte para salir a bailar al siguiente compás. Este no me va a dejar ahogar, me consuelo, entregada, enmudecida.

Resulta un tango de la pura concentración, del entendimiento cósmico. Puedo hacer los ganchos como le vi hacer a la del vestido de crochet, la gordita que disfruta tanto, la que revolea tan bien sus bien torneadas pantorrillas que una olvida todo el resto de su opulenta anatomía. Bailo pensando en la gorda, en su vestido de crochet verde color esperanza, dicen, en su satisfacción al bailar, réplica o quizá reflejo de la satisfacción que habrá sentido al tejer; un vestido vasto para su vasto cuerpo y la felicidad de soñar con el momento en que ha de lucirlo, bailando. Yo no tejo, ni bailo tan bien como la gorda, aunque en este momento sí porque se dio el milagro.

Y cuando la pieza acaba y mi compañero me vuelve a comentar cómo está la crisis, yo lo escucho con unción, no contesto, le dejo espacio para añadir ¿Y vio el precio al que se fue el telo? Yo soy viudo y vivo con mis dos hijos. Antes podía pagarle a una dama el restaurante, y llevarla después al hotel. Ahora solo puedo preguntarle a la dama si posee departamento, y en zona céntrica. Porque a mí para un pollito y una botella de vino me alcanza.

Me acuerdo de esos pies que volaron los míos, de esas filigranas. Pienso en la gorda tan feliz con su hombre feliz, hasta se me despierta una sincera vocación por el tejido.

Departamento no tengo explico pero tengo pieza en una pensión muy bien ubicada, limpia. Y tengo platos, cubiertos, y dos copas verdes de cristal, de esas bien altas.

¿Verdes? Son para vino blanco. Blanco, sí. Lo siento, pero yo al vino blanco no se lo toco.

Y sin hacer ni una vuelta más, nos separamos.


LUISA VALENZUELA

(Argentina, 1938)

martes, 15 de noviembre de 2011

ACTO DE ENTREGA DE PREMIOS DEL QUINTO CONCURSO LITERARIO PROVINCIAL PARA ALUMNOS ADULTOS (EEMPA) 2011

El viernes 11 de noviembre de 2011 a las 20.30 se llevó a cabo en la Escuela de Enseñanza Media Para Adultos Nº 1007 "Libertad" de la ciudad de Rafaela el acto de entrega de premios a los ganadores del Quinto Concurso Literario Provincial Para Alumnos Adultos (EEMPA) de la provincia de Santa Fe.
Participaron ciento once trabajos, entre cuentos breves y poesías, de alumnos pertenecientes a treinta y una escuelas para adultos de la provincia. La responsabilidad para elegir a los ganadores fue del jurado compuesto por la profesora CLEMIR BAINOTTI y los profesores RODRIGO GRANERO y ADRIÁN BENELLI.
A continuación les mostramos algunas fotografías del acto:

Los ganadores del certamen.

FABIO TRONCOSO,
de la EEMPA Nº 1251 "Emilio Cayetano Atorresi" de Carcarañá,
fue el ganador del 1er. premio en el Género Cuento Breve
y obtuvo además la 2ª mención en el género Poesía.

MARÍA ADELA SCHAMNE,
exalumna de la EEMPA Nº 1007 "Libertad" de Rafaela,
recibió el 1er. premio en el Género Poesía.

GLADYS NOEMÍ GEROSA,
alumna de la EEMPA Nº 1285 de Recreo,
se hizo merecedora de la 1ª mención en el Género Cuento Breve.

RICARDO DANIEL SIERRA,
de la EEMPA Nº 1249 "Ricardo José García" de Correa,
recibió la 1ª mención en el Género Poesía.

MARÍA JIMENA SCHNIDRIG, SILVINA PAULA CALVO y ALEXIS NICOLÁS BERTHOLT, del Anexo Nuevo Torino de la EEMPA Nº 1278 de Humboldt,
recibieron la 2ª mención en el género Cuento Breve por su trabajo colectivo.

Manuel Maldonado en contrabajo, Germán Cardozo en percusión y voz y Sebastián Duarte en guitarra y voz (estos dos últimos alumnos de la EEMPA Nº 1007 "Libertad"), amenizaron el acto con muy buena música y mejor interpretación.

El escritor rafaelino Ángel Balzarino
contó al público presente su relación personal con la escritura.

El acto de premiación fue conducido
por los profesores María de los Milagros Pandolfi y Sergio Fassanelli.

martes, 8 de noviembre de 2011

RESULTADOS 5º CONCURSO LITERARIO PROVINCIAL PARA ALUMNOS ADULTOS (E.E.M.P.A.) 2011


Aquí están los ganadores del Quinto Concurso Literario para Alumnos Adultos de Poesía y Cuento breve, edición 2011.

El jurado estuvo integrado por los profesores Clemir Bainotti, Rodrigo Granero y Adrián Benelli, quienes seleccionaron (entre los ciento once trabajos recibidos de más de treinta escuelas de toda la provincia) los siguientes trabajos para ser premiados:

Género Cuento Breve: 1er. premio para la obra “Exilio hacia el seguir del viento”, seudónimo “Benja”, autor: FABIO TRONCOSO, de la E.E.M.P.A. Nº 1251 “Emilio Cayetano Atorresi” de Carcarañá. 1ª Mención para la obra “El Negro Cucha”, seudónimo “Zingarella”, autora: GLADYS NOEMÍ GEROSA, de la E.E.M.P.A. Nº 1285 de Recreo. 2ª Mención para la obra “La confesión”, seudónimo “Abeja”, autores: SILVINA PAULA CALVO, ALEXIS NICOLÁS BERTHOLT y MARÍA GIMENA SCHNIDRIG, del Anexo Nuevo Torino de la E.E.M.P.A. Nº 1278 de Humboldt.

Género poesía: 1er. premio para la obra “Montañas y frío”, seudónimo “Luna”, autora: MARÍA ADELA SCHAMNE, exalumna de la E.E.M.P.A. Nº 1007 “Libertad” de Rafaela. 1ª Mención para la obra “Tristeza”, seudónimo “Doble R”, autor: RICARDO DANIEL SIERRA, de la E.E.M.P.A. Nº 1249 “Ricardo José García” de Correa. 2ª Mención para la obra “Un bisturí sobre la carta”, seudónimo “Benja”, autor: FABIO TRONCOSO, de la E.E.M.P.A. Nº 1251 “Emilio Cayetano Atorresi” de Carcarañá.

El acto de entrega de premios se realizará el próximo viernes 11 de noviembre de 2011 a las 20.30 en el establecimiento de la escuela organizadora, sito en calle Córdoba 306 (esquina Las Heras) de la ciudad de Rafaela.

miércoles, 19 de octubre de 2011

DOLINA, ALEJANDRO: EL SECRETO DEL PROFESOR DÍAZ


El profesor Díaz ocupaba una humilde vivienda de madera y chapa en los confines de la calle Bilbao. El óxido, el tiempo —o tal vez el propio profesor Díaz— abrieron un agujero en la pared de la cocina que daba justo al lavadero de la casa contigua, también muy pobre. Allí, a falta de ducha, solía bañarse la hermosa Virginia Salvarezza, una joven viuda que vivía sola.

El profesor Díaz la espió por primera vez el 10 de octubre de 1940. Siendo un hombre casto y solitario, el cuerpo jabonoso de Virginia, sumergido en un fuentón, lo perturbó rotundamente. Nunca antes había visto una mujer desnuda. Al día siguiente, faltó al colegio donde dictaba clases. Temía no poder resistir el deseo de contar lo que había visto. Y sus compañeros de trabajo no tenían con él ninguna clase de amistad que justificara la confidencia. Con el mayor cuidado, realizó mejoras en el agujero y lo cubrió con un almanaque de tintorero para evitar que la luz de su cocina se filtrara en el lavadero de Virginia y denunciara la existencia de aquella grieta.

Le costó bastante al profesor efectuar el segundo avistamiento.

Durante la primera semana, el lavadero se le apareció siempre desierto. Díaz llegó a pensar que la muchacha no se bañaba casi nunca o que cumplía sus enjuagadas precisamente en las horas de su ausencia. Descuidando sus obligaciones, el profesor estableció un perpetuo turno de guardia, con el ojo pegado a la hendidura. Finalmente, ciertas regularidades se le hicieron patentes y no tardó en organizar su vida alrededor de los baños de Virginia. Cambió su horario del colegio y renunció al cine de los sábados a la tarde. Empezó a detestar el invierno cuando advirtió que, en los días de frío, Virginia renunciaba a la higiene general.

En los primeros meses, se hizo el propósito de acercarse a la viuda y emprender unas cautelosas maniobras de seducción. Estaba enamorado. Pero a su natural timidez se agregó un sentimiento de culpa que le impedía sostener la mirada de Virginia. Cuando ella lo saludaba, creía notar en su voz un tono de reproche. Cualquier palabra le parecía una alusión a su bochornosa condición de mirón. A veces, sentía la tentación de confesárselo todo, de pedirle perdón y de redimirse en el ejercicio de una amistad casta. Pero tenía miedo de las consecuencias escandalosas, de sus alumnos, de las autoridades del colegio.

Algunas veces, mientras la espiaba, imaginó el efecto de una palabra, de un susurro a través del hueco en la pared.

—Virginia, Virginia, soy yo... El señor de al lado.

Era inútil. No había forma de continuar hablando sin pasar por el ridículo o la humillación.

Con el tiempo, el asunto perdió dramatismo y fue convirtiéndose en una costumbre que, aunque íntima y secreta, se hacía vulgar de tan repetida.

Pasaron años. El profesor Díaz nunca se casó ni tuvo novias. Su solo amor era Virginia. Durante muchísimo tiempo, escribió y corrigió interminablemente una carta para ella. Un día de 1954 llegó a meterla en un sobre. Después, lo guardó en el ropero.

Ella tampoco tuvo amores. Apenas una efímera aventura pasional con el lechero, en el verano de 1952. Díaz los escuchaba a través de los muros delgados. Pero aquello terminó pronto.

El agujero resistió las incursiones de pintores y albañiles. El profesor llegó a sospechar que la viuda conocía, toleraba y disfrutaba de aquellas indiscreciones. En ocasiones, le parecía que ella miraba fijamente al agujero. Su corazón se aceleraba y sentía la inminencia de un diálogo, que nunca sucedió.

Los dos fueron envejeciendo solitarios. Con la edad, Virginia vio amenguar la solidez de sus encantos y la frecuencia de sus inmersiones. Pero Díaz se mantuvo constante. Era muy difícil que se perdiera una sesión. En verdad, más que el goce, lo sostenía la insensata esperanza de que algo extraordinario ocurriera.

Anciano ya, Díaz encontraba estímulo para sus jornadas grises en aquellos ratitos de menesterosa intimidad. Después de tanto tiempo, ya estaba decidido que nadie iba a enterarse jamás de sus amores. Por otra parte, había atravesado la vida entera sin haber hecho un solo amigo. Pasaba semanas sin escuchar su propia voz.

Un día de 1981, el profesor Díaz salió a la calle y se encontró con un camión del Expreso Villalonga. Unas urgentes averiguaciones lo pusieron al corriente de su desventura: Virginia se mudaba. Sin perder un segundo, corrió a la cocina, destapó el agujero y se puso a espiar para ver si su vecina decidía un último lavado. Clausuradas sus esperanzas, fue hasta la puerta. El camión ya se había ido. Ella no se despidió. El viejo profesor se sentó en el umbral durante largas horas.

Un tiempo después, un matrimonio pasó a ocupar la vivienda de Virginia. La señora era bastante atractiva. Pero Díaz no volvió a la grieta de la cocina. Una tarde, sin siquiera echar una última mirada al otro lado, tapó el agujero. Al mes siguiente, se murió.

ALEJANDRO DOLINA

(Argentina, 1949)

(De “Bar del infierno”. Bs. As., Booket, 2009.)

jueves, 29 de septiembre de 2011

NERUDA, PABLO: NO ME LO PIDAN


Piden algunos que este asunto humano

con nombres, apellidos y lamentos

no lo trate en las hojas de mis libros,

no le dé la escritura de mis versos:

dicen que aquí murió la poesía,

dicen algunos que no debo hacerlo:

la verdad es que siento no agradarles,

los saludo y les saco el sombrero

y los dejo viajando en el Parnaso

como ratas alegres en el queso.

Yo pertenezco a otra categoría

y sólo un hombre soy de carne y hueso,

por eso si apalean a mi hermano

con lo que tengo a mano lo defiendo

y cada una de mis líneas lleva

un peligro de pólvora o de hierro,

que caerá sobre los inhumanos,

sobre los crueles, sobre los soberbios.

Pero el castigo de mi paz furiosa

no amenaza ni a los pobres ni a los buenos:

con mi lámpara busco a los que caen,

alivio sus heridas y las cierro:

y éstos son los oficios del poeta,

del aliviador y del picapedrero:

debemos hacer algo en esta tierra

porque en este planeta nos parieron

y hay que arreglar las cosas de los hombres

porque no somos pájaros ni perros.

Y bien, si cuando ataco lo que odio

o cuando canto a todos los que quiero

la poesía quiere abandonar

las esperanzas de mi manifiesto

yo sigo con las tablas de mi ley

acumulando estrellas y armamentos

y en el duro deber americano

no me importa una rosa más o menos:

tengo un pacto de amor con la hermosura:

tengo un pacto de sangre con mi pueblo.


(de Canción de Gesta, 1960)

Pablo Neruda (1904-1973):


Neftalí Ricardo Reyes Basoalto nació en Parral el año 1904. En 1923 publica Crepusculario. Al año siguiente aparece Veinte poemas de amor y una canción desesperada. En 1927 comienza su larga carrera diplomática. En 1935, aparece la edición madrileña de Residencia en la tierra. En 1936 al estallar la guerra civil española, muere García Lorca, Neruda es destituido de su cargo consular, y escribe España en el corazón.

De regreso en Chile, en 1939 Neruda ingresó en el Partido Comunista y su obra experimentó un giro hacia la militancia política que culminó con la exaltación de los mitos americanos de su Canto general, texto en que su poesía adopta una intención social, ética y política.

En 1945 fue el primer poeta en ser galardonado con el Premio Nacional de Literatura de Chile. Al mismo tiempo, desde su escaño de senador utilizó su oratoria para denunciar los abusos y las desigualdades del sistema. Tal actitud provocó la persecución gubernamental y su posterior exilio en Argentina.

En 1952 publica Los versos del capitán y en 1954 Las uvas y el viento y Odas elementales. En 1958 aparece Estravagario con un nuevo cambio en su poesía. En 1965 se le otorga el título de doctor honoris causa en la Universidad de Oxford, Gran Bretaña.

Su prestigio internacional fue reconocido en 1971, año en que se le concedió el Premio Nobel de Literatura. El año anterior Pablo Neruda había renunciado a la candidatura presidencial en favor de Salvador Allende, quien lo nombró poco después embajador en París. Dos años más tarde, ya gravemente enfermo, regresó a Chile.

Muere en Santiago el 23 de septiembre de 1973. Póstumamente se publicaron sus memorias en 1974, con el título Confieso que he vivido.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

CERNUDA, LUIS: CONTIGO


¿Mi tierra?

Mi tierra eres tú.

¿Mi gente?
Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.

¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?

Luis Cernuda

(España, 1902/1963)


sábado, 10 de septiembre de 2011

11 de setiembre: FELIZ DÍA DEL MAESTRO

Para que no nos aturdan con tantas torres gemelas...


EL MAESTRO
(de Eduardo Galeano)

Los alumnos del sexto grado, en una escuela de Montevideo, habían organizado un concurso de novelas.
Todos participaron.
Los jurados éramos tres. El maestro Oscar, puños raídos, sueldo de fakir, más una alumna, representante de los autores, y yo.
En la ceremonia de la premiación, se prohibió la entrada de los padres y demás adultos. Los jurados dimos lectura al acta, que destacaba los méritos de cada uno de los trabajos. El concurso fue ganado por todos, y para cada premiado hubo una ovación, una lluvia de serpentinas y una medallita donada por el joyero del barrio.
Después, el maestro Oscar me dijo:
—Nos sentimos tan unidos, que me dan ganas de dejarlos a todos repetidores.
Y una de las alumnas, que había venido a la capital desde un pueblo perdido en el campo, se quedó charlando conmigo. Me dijo que ella, antes, no hablaba ni una palabra, y riendo me explicó que el problema era que ahora no se podía callar. Y me dijo que ella quería al maestro, lo quería muuuuuucho, porque él le había enseñado a perder el miedo de equivocarse.
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Eduardo Galeano
(Uruguay, 1940)

miércoles, 7 de septiembre de 2011

BENEDETTI, MARIO: ¿QUÉ LE QUEDA A LOS JÓVENES?



¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿solo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
también les queda no decir amén
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros
¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
les queda respirar / abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar
¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente.

(Uruguay, 1920/2009)

sábado, 3 de septiembre de 2011

VALENZUELA, LUISA: MILONGA PARA JACINTO CARDOSO


A Jacinto Cardoso se lo llevaron, esposado, un martes por la noche. Se resistió con todas las fuerzas que quedaban en su pobre cuerpo desangrado, pero no hubo caso. La libertad esa noche le volvía la espalda. Pobre Jacinto Cardoso. Se cuenta que los muchachos le compusieron una doliente canción de despedida. Un martes por la noche nada menos, martes 13 para Jacinto Cardoso aunque fue un martes cualquiera cuando lo esposaron. Los muchachos supieron llorar la pérdida de Jacinto Cardoso, desangrado en el juego de naipes, esposado por la Juana un martes a la noche.


Luisa Valenzuela

(Argentina, 1938)

sábado, 27 de agosto de 2011

URTIZBEREA, MEX: DENTRO DE 50 AÑOS


Dentro de cincuenta años poco va a importar cuánta gente fue a la plaza, dará lo mismo quién ganó la batalla del rating este año, serán del olvido los bailes eróticos de Nazarena Vélez, los jugadores que no entraron en la lista para el mundial de Alemania, los legisladores que armaron su monobloque, y también El Código Da Vinci.

Lo que, definitivamente, sí estará presente es aquello que se haya hecho hoy por la educación.

Dentro de cincuenta años probablemente Kirchner sea el nombre de alguna avenida en Santa Cruz, Macri sea un apellido que se lea en una placa del club Boca Juniors o del Congreso, a Carrió se la podrá ver solo en fotos, a Ben Laden en una estampilla de correo privado de Medio Oriente y a Bush en una estatua en una plaza perdida de Texas.

Lo que sí podrá verse, en vivo y en directo, y será imposible no ver, es lo que hoy se haya hecho por la educación.

Dentro de cincuenta años usted y yo seremos un recuerdo, o un olvido, pero no lo serán nuestros hijos ni nuestros nietos: para ellos será este país mal educado o bien educado, según lo que hoy se haga por la educación.

Dentro de cincuenta años no quedará ni rastro del debate sobre si está bien o mal que un niño use celular, si Maradona se droga o no se droga, si María Eugenia Ritó es mejor vedette que Emilia Attias.

Lo que sí podrá encontrarse en cada rincón del país son los rastros del debate que se necesita abrir hoy sobre la educación.

Dentro de cincuenta años no será más que un número lo que se invierte ahora en seguridad, no le servirá a nadie lo que se haya gastado en campañas políticas, no será ni recuerdo qué comportamiento tuvo la Bolsa este año o a cuánto cotizaba el dólar.

Lo que sí se notará visiblemente es lo que hoy se invierta para educación.

Dentro de cincuenta años usted y yo seremos el pasado, como lo serán Kirchner y Macri, Nazarena Vélez, Carrió y el autor de El Código Da Vinci, y María Eugenia Ritó y los jugadores del Mundial, pero no lo serán nuestros hijos ni nuestros nietos: a ellos les tocará un presente de país educado, según lo que se haga hoy por la educación.

Y quien haga hoy algo por ella, quien muestre verdadero interés y se ponga a trabajar ahora apasionadamente para mejorarla, extenderla, financiarla, multiplicarla, quien se desvele para que llegue a todas partes, para que nadie quede afuera por razones económicas o geográficas, para que tenga calidad y que la calidad sea gratis, quien entienda que un país mal educado es un país condenado a muerte, y modifique este destino, entonces su nombre no será del olvido: dentro de cincuenta años estará presente en todos los rincones del país, será recordado con admiración y respeto.

Y no será solo estatua, o calle, o foto, o estampilla.

Dedicado a todos los que se dedican a la silenciosa tarea de educar...

sábado, 13 de agosto de 2011

COSTANTINI, HUMBERTO: CHE, MUNDO, COSA, GENTE


Che mundo, cosa, gente,
Vida en serio,
No se me rajen, tomen
Una copa conmigo.
Sepan,
Yo soy un pecador,
Anduve con el Diablo,
Anduve en contrabando de palabras,
Supe fabricar vida hablando solo,
Me lo pasé en peleas, cayéndome y matando.
Supe vistear con Dios
(una vez lo paré y le pedí fuego,
Casi me mata el bárbaro).

Yo soy un pecador,
Pero pagué,
Tuve condena y la cumplí carajo.
Por eso mundo, cosa, gente,
Vida en serio,
No se me rajen, tomen
Una copa conmigo,
Digo,
Si no los comprometo.
Tomen algo.


Humberto Costantini nació en Buenos Aires en 1924, y murió en la misma

ciudad en junio de 1987.

Poeta, narrador y dramaturgo, Costantini ejerció a lo largo de su vida, junto a

su casi secreta labor de investigador científico, los más diversos oficios:

veterinario en pueblos de campaña, oficinista, corredor de comercio,

ceramista, etc. Estas actividades le ayudaron a profundizar en el conocimiento y los matices que forman las capas medias de nuestra sociedad, con cuyos caracteres y lenguajes enriqueció su prosa.

Heredero del grupo de Boedo y de la preocupación social que lo definiera, Costantini participa y milita en las revistas literarias de izquierda de la década del 50 en las que se manifiesta de manera polémica contra el populismo y el pintoresquismo naturalista. Es por entonces cuando publica sus primeros cuentos, de temática realista y estilo expresionista. A lo largo de su obra, Costantini construye una personalidad literaria definida, la cual se vale de distintos elementos, como ser los símbolos y las alegorías, los monólogos interiores de sus personajes, la literatura fantástica, el realismo mágico, el costumbrismo y hasta la mitología clásica, para abordar la que fuera, en definitiva, su principal obsesión: la alienación del hombre en una sociedad hostil. Una de las características de su estilo es la de llevar a sus personajes a situaciones límite, exasperando la realidad en grotesco.

Costantini fue una influencia notable entre los jóvenes escritores de la década del 60.

De por aquí nomás (1958); Un señor alto, rubio, de bigotes (1963); Tres monólogos (1964); Cuestiones con la vida (1966); Una vieja historia de caminantes (1966) y De dioses, hombrecitos y policías, son algunas de sus obras más recordadas