ESTE BLOG PERJUDICA SERIAMENTE A LA IGNORANCIA

SI QUIEREN GASTAR MENOS EN CÁRCELES, INVIERTAN MÁS EN EDUCACIÓN

sábado, 29 de septiembre de 2012

TABLADA, JUAN JOSÉ: EL PUÑAL

JUAN JOSÉ TABLADA nació en la ciudad de México. Allí cursó sus estudios y estuvo algunos meses en el Colegio Militar. A los 19 años empezó a colaborar en El Universal. A lo largo de medio siglo escribió más de diez mil artículos, usando más de una docena de seudónimos. vivió intensamente la bohemia característica de los últimos años del siglo XIX y primeros del XX. En la Revista Moderna mostró sus cualidades de traductor. En 1900 hizo un viaje al Japón, cuyo arte le inspiró algunos de sus mejores poemas. Pasó varios meses en París (1911-1912).
Intervino en la política. En 1914 emigró a Nueva York. Don Venustiano Carranza le confió algunos puestos diplomáticos. Perteneció a la Academia de la Lengua. Falleció en Nueva York, siendo vicecónsul de México. Poeta y prosista distinguido, crítico brillante, llega, por su devoción a la literatura francesa, a afiliarse a la corriente modernista.


sábado, 22 de septiembre de 2012

DURÁN, MARCIANO: DESECHANDO LO DESECHABLE




Seguro que el destino se ha confabulado para complicarme la vida. 

No consigo acomodar el cuerpo a los nuevos tiempos. 

O por decirlo mejor: no consigo acomodar el cuerpo al “use y tire” ni al “compre y compre” ni al “desechable”. 

Ya sé, tendría que ir a terapia o pedirle a algún siquiatra que me medicara. 

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente solo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco. 

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los gurises. 

Los colgábamos en la cuerda junto a los chiripás; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. 

Y ellos… nuestros nenes… apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales). 

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! 

Sí, ya sé… a nuestra generación siempre le costó tirar. 

¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! 

Y así anduvimos por las calles uruguayas guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad. 

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. 

Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. 

Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. 

Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades. 

¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plast de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos! 

Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida. 

¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! 

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza. 

Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces. 

¡Nos están jodiendo! 

¡¡Yo los descubrí… lo hacen adrede!! 

Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. 

Nada se repara. 

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike? 

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommier casa por casa? 

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? 

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros? 

Todo se tira, todo se deshecha y mientras tanto producimos más y más basura. 

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. 

El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!! 

¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de 50 años! 

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII) 

No existía el plástico ni el nylon. 

La goma solo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan. 

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. 

De por ahí vengo yo. 

Y no es que haya sido mejor. 

Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo” pasarse al “compre y tire que ya se viene el modelo nuevo”. 

Mi cabeza no resiste tanto. 

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no solo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. 

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya sí era un nombre como para cambiarlo) 

Me educaron para guardar todo. 

¡Toooodo! 

Lo que servía y lo que no. 

Porque algún día las cosas podían volver a servir. 

Le dábamos crédito a todo. 

Sí… ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. 

Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas de jardinera… y no sé cómo no guardamos la primera caquita. 

¡¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?! 

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron? 

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. 

El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. 

Y guardábamos. 

¡¡Cómo guardábamos!! 

¡¡Tooooodo lo guardábamos!! 

¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! 

¡¿Cómo para qué?! 

Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. 

Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. 

¡Tooodo guardábamos! 

Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. 

Y las cosas que nunca usaríamos. 

Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. 

Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. 

Cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. 

Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraran al terminar su ciclo, los uruguayos inventábamos la recarga de los encendedores descartables. 

Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. 

¡Y las pilas! 

Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. 

Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. 

No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín. 

Las cosas no eran desechables… eran guardables. 

¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril! 

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque del Banco de Seguros para hacer cuadros, y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. 

Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posamates, y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “este es un 4 de bastos”. 

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. 

Al tiempo albergaban solo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo. 

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. 

Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada… ni a Walt Disney. 

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron “Tómese el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero… ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. 

Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. 

Las primeras botellas de plástico -las de suero y las de Agua Jane- se transformaron en adornos de dudosa belleza. 

Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella. 

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. 

No lo voy a hacer. 

Me muero por decir que hoy no solo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable. 

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. 

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. 

No lo voy a hacer. 

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. 

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour. 

Esto solo es una crónica que habla de pañales y de celulares. 

De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. 

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo que la bruja me gane de mano … y sea yo el entregado. 

Y yo…no me entrego.



Escritor uruguayo

Este texo está circulando por la red en un power point titulado “Me caí del mundo y no sé por dónde se entra” y se lo atribuyen a Eduardo Galeano. Por una cuestión de respeto a Marciano Durán, y, por ende, a Eduardo Galeano, es que contribuimos a la difusión del texto original, que pueden consultar en este link

martes, 18 de septiembre de 2012

CABRAL, FACUNDO: NO ESTÁS DEPRIMIDO, ESTÁS DISTRAÍDO



Facundo Cabral es un músico que se crió en la calle, perdió a su hija y a su esposa en un accidente de avión y se recuperó de un cáncer del que no le daban esperanza. Todo lo que aprendió en esa etapa de su vida lo expresó a través de mensajes de amor, como este:

Distraído de la vida que te puebla, distraído de la vida que te rodea, delfines, bosques, mares, montañas, ríos.
No caigas en lo que cayó tu hermano, que sufre por un ser humano, cuando en el mundo hay 5.600 millones.
Además, no es tan malo vivir solo.
Yo la paso bien, diciendo a cada instante lo que quiero hacer y gracias a la soledad me conozco... algo fundamental para vivir.
No caigas en lo que cayó tu padre, que se siente viejo porque tiene 70 años, olvidando que Moisés dirigía el éxodo a los 80 y Rubinstein interpretaba como nadie a Chopin a los 90, solo por citar dos casos conocidos.

No estás deprimido, estás distraído.

Por eso crees que perdiste algo, pero eso es imposible, porque todo lo que tenías te fue dado. No hiciste ni un solo pelo de tu cabeza, por lo tanto no puedes ser dueño de nada.
Además, la vida no te quita cosas: te libera de cosas... te aligera para que vueles más alto, para que alcances la plenitud.
De la cuna a la tumba es una escuela; por eso, lo que llamas problemas, son lecciones.
No perdiste a nadie: el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además, lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón. ¿Quién podría decir que Jesús está muerto? No hay muerte... Hay mudanza.

Y del otro lado te espera gente maravillosa que creían que la pobreza está más cerca del amor, porque el dinero nos distrae con demasiadas cosas y nos aleja, porque nos hace desconfiados. Haz solo lo que amas y serás feliz.
El que hace lo que ama, está benditamente condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar, porque lo que deba ser, será, y será de manera natural.
No hagas nada por obligación ni por compromiso, sino por amor.
Entonces habrá plenitud, y en esa plenitud todo es posible y sin esfuerzo. Porque te mueve la fuerza natural de la vida, la que me levantó cuando se cayó el avión con mi mujer y mi hija; la que me mantuvo vivo cuando me diagnosticaban 3 o 4 meses de vida.
Dios ha puesto un ser humano bajo tu responsabilidad, eres tú mismo.
Es a ti a quien debes hacer libre y feliz. Después podrás compartir la vida verdadera con los demás.
Recuerda a Jesús:  “Amarás al prójimo como a ti mismo”.
Reconcíliate contigo, ponte frente al espejo y piensa que esa criatura que estás viendo es obra de Dios y decide ahora mismo ser feliz, porque la felicidad es una adquisición.

Además, la felicidad no es un derecho, sino un deber; porque si no eres feliz, estás amargando a todo el barrio.
Un solo hombre que no tuvo ni talento ni valor para vivir, mandó matar a seis millones de hermanos judíos. Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la tierra es tan corto que sufrir es una pérdida de tiempo.

Tenemos para gozar la nieve del invierno y las flores de la primavera, el chocolate de la Perusa, la baguette francesa, los tacos mexicanos, el vino chileno, los mares y los ríos, el fútbol de los argentinos, Las Mil y Una Noches, La Divina Comedia, el Quijote, el Pedro Páramo, los boleros de Manzanero y las poesías de Whitman; la música de Mahler, Mozart, Chopin, Beethoven; las pinturas de Caravaggio, Rembrandt, Velázquez, Picasso y Tamayo, entre tantas maravillas.

Y si tienes cáncer o SIDA, pueden pasar dos cosas y las dos son buenas: si te gana, te libera del cuerpo, que es tan molesto (tengo hambre, tengo frío, tengo sueño, tengo ganas, tengo razón, tengo dudas...) y si le ganas, serás más humilde, más agradecido... por lo tanto, fácilmente feliz, libre del tremendo peso de la culpa, la responsabilidad y la vanidad, dispuesto a vivir cada instante profundamente, como debe ser.

No estás deprimido, estás desocupado.

Ayuda al niño que te necesita, ese niño será socio de tu hijo. Ayuda a los viejos y los jóvenes: te ayudarán cuando lo seas. Además, el servicio es una felicidad segura, como gozar a la naturaleza y cuidarla para el que vendrá. Da sin medida y te darán sin medida.

Ama hasta convertirte en lo amado; más aún, hasta convertirte en el mismísimo amor.

Que no te confundan unos pocos homicidas y suicidas.

El bien es mayoría, pero no se nota porque es silencioso. Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye, hay millones de caricias que alimentan a la vida. Vale la pena, ¿verdad?

Si Dios tuviera un refrigerador, tendría tu foto pegada en él.
Si Él tuviera una cartera, tu foto estaría dentro de ella.
Él te manda flores cada primavera.
Él te manda un amanecer cada mañana.
Cada vez que tú quieres hablar, Él te escucha.
Él puede vivir en cualquier parte del universo, pero Él escogió tu corazón.
Dios no te prometió días sin dolor, risa sin tristeza, sol sin lluvia, pero Él sí prometió fuerzas para cada día, consuelo para las lágrimas y luz para el camino.

“Cuando la vida te presente mil razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una razones por las cuales sonreír”.

Facundo Cabral
(Argentina, 1937/2011)



Sus últimos conciertos los realizó en una gira en Centroamérica. Se presentó en la Ciudad de Guatemala el martes 5 de julio de 2011 en el Expocenter del Grand Tikal Futura Hotel, a las veinte horas donde para despedirse expresó lo siguiente: “ya le di las gracias a ustedes; las daré en Quetzaltenango, y después que sea lo que Dios quiera, porque Él sabe lo que hace”. El jueves 7 se presentó en el que sería su último concierto, en el Teatro Roma de la ciudad de Quetzaltenango, el cual cerró interpretando la canción No soy de aquí, ni soy de allá.
Fue asesinado el 9 de julio de 2011 alrededor de las 5:20 am, en Ciudad de Guatemala, víctima de un atentado aparentemente dirigido al empresario Henry Fariña, el cual conducía al cantautor y a su representante al Aeropuerto Internacional La Aurora desde el hotel donde se hospedaba, para continuar en Nicaragua con su gira de presentaciones. El atentado fue perpetrado por varios sicarios que se dirigían en tres vehículos y armados con fusiles de asalto en el Boulevard Liberación de dicha ciudad quedando únicamente herido el empresario y fallecido el cantautor.

lunes, 10 de septiembre de 2012

FIRPO, José María: Qué porquería es el glóbulo (fragmentos)

¡¡¡FELIZ DÍA. MAESTROS!!!


Billetes de amor de niños
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-Che, María del Carmen, ¿vos sos loca o sos tarada? Acordate lo que te dije el otro día. Lo mismo te digo. Y olé, olé, olé, olé, olé y olé. Alberto.
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-Mi amor: no quiero que me toques las piernas, que el maestro me puede ver. Ana M...
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-Bernardo. ¿A mí me dejas sola? ¿Por qué te vas con la Lilian? Eva.
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-Alejandro: Yo ya te lo mandé decir. Si no le hacés caso al Pedro mandame decir. Contestame. Escuchame; yo no puedo arreglarme contigo porque tengo novio que es P..., el de 6º año, y además por lo que me hiciste. Alicia.
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-Juan J...: Mirá. Cuando yo hablo contigo, me enamoro de vos y te quiero, y quiero que alguno me haga gancho contigo. Contestame y no lo digas nada a la Teresa. Luisa.
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-Luis: Vos estás loco no ves que yo soy más grande que vos, no te das cuenta. Andá con cualquiera. Yo ya tengo. Te saluda cariñosamente. María.
- María: No lo creas pero yo tengo 13 años, así como me ves, pero vení conmigo igual. Vos tendrás 10 años lo menos. Intereso de vos y no te puedo dejar. Vení conmigo, enamorate de mí. Luis.
- Luis: Tas loco. Chau. María.
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Anoche soñé
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- ... que a mi casa la atacaban los indios que estaban en el monte, y yo le grité a mi mamá:
-"¡Cuidado, los indios", y mi mamá me dio una de lazazos y me despertó para que no siguiera diciendo pavadas.
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- ... que tenía una novia y la besaba y después nos casamos y tuvimos hijos y a un hijo mío le puse de nombre Carlos y le enseñé a andar en bicicleta y empezó a correr carreras y ganaba medallas. Anteanoche soñé que era rico como un rey y hacia todo lo que se me antojaba. Yo no soy bobo para soñar. ¡Sueño cada cosas!
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Frases sueltas con palabras indicadas
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-A veces me parece que estoy loco porque me pasan cosas raras.
-González es una señorita macanuda.
-Yo conozco una muchacha muy churra que es chorra
-Ayer se me calló la boca.
-Conozco un hombre que trabaja de desocupado.
-Gómez es el apellido de un niño de 4º año que se llama Gómez.
-Ayer un compañero me préstame un lápiz.
-No se debe decir prestame sino emprestame.
-Yo tengo una vecina que tiene mucha necesidad.
-¿Así que te las tirás de vivo, idiota?
-El otro día un amigo de mi papá tuvo un hijo.
-A veces yo tengo el ombligo limpio.
-La boca es la parte del cuerpo que mastica más.
-Yo no fui al casamiento de mis padres porque no había nacido.
-Todos los niños de esta escuela tienen ombligo, y el señor maestro también.
-Si no se come, la barriga no se enyena.
-¡Que bruta inyección le dieron a mi hombro!
-Yo tengo una inmensa casa que es inmóvil.
-Encima de mi cráneo hay una mosca.
-Ayer estuve pensando una hora seguida.
-Mientras no llueva hay esperanzas de que no llueva.
-Yo conozco un señor que está esperando que le salga la jubilación para salir a juntar papeles para vender.
-Ayer le hice un favor a un insecto.
-Un niño tenía hambre y se comió un pancito para llenar su pancita.
-Yo siempre que veo una estatua, está inmóvil.
-Un niño dijo: "Muchachos, vamos a dejarnos de joder que ya hicimos bastante gimnasia".
-Mi abuela es huérfana
-Mi tío come que parece que se le va a acabar el mundo.
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Explico a la Directora por qué me peleé a la hora del recreo
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-Señorita: Me pelié a la hora del recreo porque un niño decía que yo tenía que estar en la banda de él, y entre todos me pegaron y yo me tuve que defender; si no me defiendo capaz que me revientan la cabeza; como mi padre me dice que no me deje pegar con naides, yo me defendí. Entonces me dijeron te espero a la salida y yo le dije ¿a vos nunca te rompieron la cabeza a pinias? y entonces me dijo guacho, cayate la boca y yo le dije a mi madre no me la toqués tamo porque si bos no querés que te rrelajen a tu madre, no me rrelajes la mía. No me la nombres porque la mía es muy sagrada. Y el niño me dijo si querés pinias peliá y yo me pelié y fue cuando uste señorita Directora llamó y me dijo párese aí.
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¿Qué dijeron mis padres al ver el carnet de calificaciones?
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-Cuando llegué con el carnet, mi papá lo miró y me dijo:
-"Constituite".
Y se sentó en la mesa para hablar conmigo.
-"Voy a tener que proceder", me dijo.
-"Te voy a tener detenido hasta que subas las notas y no vas a salir a la calle durante un mes."
.-Mi papá me dijo que si no durmiera tanto de mañana, tendría mejores notas.
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-Ese día mi madre estaba un poco triste y al mostrarle el carnet se puso muy contenta. ¡Qué lástima que mi papá no pudo ver el carnet porque no vive con nosotros!
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-Mi padre me miró serio y no me dijo nada.
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-Mis padres dijeron que si no subía las notas me pegaban una paliza que me dejaban tieso, y me ponía de pupilo y no salía nada más que una vez por mes un ratito.
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-En mi casa, me dijeron que me iban a dejar sentada en una silla en penitencia hasta que subiera las notas.
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-A mí me dijeron que tenía que estudiar y que le dijera a Ud. que no me tuviera lástima.
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José María Firpo Álvarez (Villa Elisa, departamento de Paysandú, 13 de octubre de 1916 - 27 de agosto de 1979), maestro y escritor uruguayo.

sábado, 8 de septiembre de 2012

GIARDINELLI, MEMPO: PARA TODA LA ETERNIDAD




Metió la segunda y entró en la ruta 14 como enojado con el sol reverberante de la tarde correntina. La Efe Cien parecía correr hacia el cielo, enmarcada por los dos grandes ríos, cuando Felipe empezó a contarme la historia del imposible amor de sus padres.
No dejaba de ser una historia triste, cursi como la de casi todos los encuentros amorosos, pero con el aditamento de la tragedia: el padre de Felipe tenía solo treinta y cuatro años cuando murió de un ataque al corazón, mientras manejaba el tractor de la chacra.
—Mi vieja tenía diez años menos y hacía solo uno que estaban casados. Y seguro que se casaron vírgenes, como se estilaba antes —dijo Felipe, enganchando la tercera—. Se fueron de luna de miel a Curitiba y volvieron y se instalaron aquí. Pongámosle que vivieron algunos meses de felicidad, durante los cuales me encargaron a mí. Todo era perfecto para ellos hasta que el diablo metió la cola: mi viejo se murió justo dos semanas antes de que yo naciera.
Habíamos estado tomando mates en la casona, cebados por la Negra Augusta, la ya anciana nodriza de Felipe, y viendo a la purretada toda de duelo, como contenida por ese riguroso luto correntino custodiado por santos y velones por todos lados. Porque la muerte, en Corrientes, no es una mera circunstancia previsible en la vida de cualquiera. La muerte, en esa tierra, es una tragedia siempre renovadamente definitiva que impacta en las familias por todo un novenario de rezos y salmodias que desestabilizan hasta el aire.
Doña María Luisa había fallecido la semana anterior y todos, en la estancia, estaban apagados, como si el sol no existiera, como si el luto inundara las almas de manera que aun la luminosidad pareciese negra.
Apenas me enteré, decidí que iría a pasar ese fin de semana con Felipe. Desde que llegara, dos días antes, habíamos charlado y evocado los tiempos de la Facultad, cuando estudiábamos juntos y compartíamos otros rituales: el mate, el asado, la ginebra, las mujeres y la desganada conversación intrascendente.
Enseguida me di cuenta, sin embargo, de que Felipe masticaba alguna bronca. No era desconsuelo; era rabia. Él me lo explicó esa tercera tarde, cuando fuimos a hacer unas compras al pueblo y regresábamos por el camino de tierra que llevaba al casco de la estancia:
—Fue una madre ejemplar. A mí me crió a lo macho, a guascazos me inculcó el trabajo y el estudio. Todo muy bien, chamigo, pero…
Hizo silencio y yo vi que la tristeza le ganaba los ojos. O era una rabia profunda, o era esa idea que ya le andaba dando vueltas, o las dos cosas.
—De chico no me di cuenta. Pero el recato de mi vieja se me fue haciendo incomprensible con los años. Porque yo estudiaba en Corrientes y venía a verla todos los fines de semana, y en las vacaciones, y la vi hacerse hembra. La vi caliente y en flor, pero siempre reprimida. Codiciada, la vi, pero virtuosa. Mutiladamente virtuosa, como eran las viudas de antes.
Cuando nos sentamos a tomar los mates que nos esperaban, él se desentendió de no sé qué problema con unos terneros perdidos en un estero cerca de Virasoro. Yo me mantuve en silencio, y cambié sigilosamente la yerba del mate como para que nada distrajera el monólogo que enhebraba Felipe.
—Y me hice hombre, chamigo, y entendí que más allá de mis probables celos de hijo, era ley que mi vieja, que cruzó los treinta hecha una flor, bellísima, porque vos no te imaginás lo linda que era, era ley, digo, que amara a otros hombres y que muchos hombres la amaran… Pero ella, che, como si se le hubiese muerto la hembritud: todo el día meta rezar, puro ir a la iglesia y someterse a este pueblo de lengualargas e inquisidores, marchitándose igual que margaritas quemadas al sol.
Encendió un Particulares y soltó el humo como si lo escupiera.
—Y así se le pasó la vida. Y su virtud fue inútil como el ladrido de los perros a la luna. Y ahora va y se me muere a sus todavía jóvenes y agriados cincuenta y cuatro años, chamigo, y esa virtud idiota es lo único que no puedo soportar.
Se puso de pie y caminó hacia la tranquera, a la que había llegado un paisano a caballo. Con el chambergo negro, aludo y de copa chata, típico de los arrieros correntinos, el hombre dijo unas pocas palabras. Felipe le dijo algo y el gaucho se atusó el bigote respetuosamente y tiró de las riendas del zaino para darlo vuelta. Se alejó a tranco lento, por el camino que lo había traído, rumbo al pavimento, para el lado del río Uruguay. Felipe volvió, cabizbajo y con el ceño fruncido.
—Pésames —dijo, con amargura, mientras se sentaba en el banquito a mi lado y recibía otro mate.
Yo advertí que la tarde se moría detrás del eucaliptal.
—Mirá qué lindo se va a poner el crepúsculo —le dije como para cambiar de tema.
—Lo único que sabe este pueblo es votar sin saber lo que vota, y dar sentidos pésames —dijo Felipe, como si no me hubiese escuchado.
Estuvimos un rato en silencio, mientras el sol se hundía entre los árboles para ponerle más tristeza a la tarde. Me maravilló el espectáculo de ese enorme globo rojo que es tragado por la línea del horizonte, como si en la unión de tierra y cielo hubiese una ciénaga implacable que todos los días asesina el día.
Felipe escupió un gargajo blanco que con rara puntería pasó entre los alambres del gallinero, varios metros más allá. Y dijo:
—Pero yo, que creo en el amor, anteayer tomé la decisión y con Augusta vamos a ir al cementerio esta noche a poner las cosas en su lugar. Si querés venir…
Asentí con la cabeza y confirmé un por supuesto, aunque no tenía idea de cuál era la idea fija de Felipe. Él me miró como si yo hubiese entendido. En sus ojos había una mezcla de sorpresa y agradecimiento. Al menos eso me pareció.
Cenamos unas deliciosas milanesas de anguila y el infaltable postre de la región: queso con dulce de mamón.
Partimos después del café y de un par de ginebras, tarde, como a las once y media de la noche, que es una hora avanzadísima para las costumbres del campo. Todo el mundo dormía, salvo nosotros y la Negra Augusta, que se había puesto unos bombachos viejos, de hombre, y apareció junto a la camioneta con una caja de herramientas y una enorme linterna de camionero.
Cruzamos el pueblo y seguimos, camino a Libres, como unos cinco kilómetros. Felipe estacionó la camioneta junto al portón del cementerio, que era un campito de dos hectáreas perimetradas por una sencilla alambrada de púas. Caminamos hasta que Augusta se detuvo frente a un par de tumbas: una mampostería antigua, una reciente.
Los tres nos persignamos, respetuosos, y enseguida Felipe abrió la caja y sacó una llave inglesa y una pinza. La lápida de la tumba de su padre le dio más trabajo, naturalmente, porque los cuatro bulones estaban herrumbrados.
Augusta y yo lo miramos trabajar. El silencio de los tres, y el de la noche toda, solo quebrado por el ruido de los metales, era abrumador.
Cuando Felipe terminó la tarea y levantó las dos lápidas, con la mujer se ocuparon de destapar ambos cajones. Yo era un mudo —y confieso que espantado— testigo que no hacía nada. Ni ofrecí ni me pidieron ayuda.
—Mamá sigue entera —comentó Felipe, en voz baja, como para que solo la Negra Augusta lo escuchara.
Y era cierto, por lo que pude ver. El cadáver, vestido completamente de blanco y con el pelo negro recogido en un rodete todavía impecable, despedía un olor acre, repugnante, que era lo único que desentonaba, curiosamente, en esa noche preciosa, de luna alta y firmamento estrellado y luminoso.
En el otro féretro, puros huesos. Un esqueleto enorme, era, y denotaba que el padre de Felipe había sido un hombre recio, alto, fornido. O eran ideas mías, que miraba todo con azoramiento, mudo y quieto.
Y entonces sucedió lo más impresionante de esa noche inolvidable.
Felipe y Augusta alzaron el cadáver de Doña María Luisa, que tenía una rigidez de muñeco algo ridícula, pero a la vez frágil.
A mí me pareció que es cuerpo podía quebrarse en el traslado. Pero no sucedió, acaso por la velocidad con que lo dieron vuelta y lo colocaron, boca abajo, sobre el esqueleto en la otra tumba.
Felipe terminó de acomodarlos y se puso de pie y miró a sus padres, o a lo que quedaba de ellos.
Después se agachó una vez más para ordenar unos pliegues del vestido de su madre y ahí estuvo un rato, maniobrando los dos cadáveres.
Me di cuenta de que Felipe lo que hacía era juntar ambas pelvis.
La Negra Augusta se largó a rezar un avemaría. Un murmullo como de pájaros roncos.
Felipe cerró los dos cajones, y luego recolocó ambas lápidas. A la luz de la luna pude verle en la cara una incalificable serenidad, como un inmenso alivio.
Cuando salimos del cementerio y trepamos la camioneta, la Negra Augusta todavía rezaba.
Al poner en marcha el motor Felipe miró hacia el cielo, a través del parabrisas, como buscando algo en el firmamento. No sé qué buscaba ni si lo encontró. Pero soltó un suspiro largo y ronco y, mientras enfilaba la camioneta hacia la ruta 14, declaró para sí mismo, y para nosotros y la noche y para nadie, que ahora sí los dejo pelvis contra pelvis, carajo, para que se amen por toda la eternidad.


(Argentina, 1947)